Estar enojado es agotador

Mi historia

Mis dos hijos se llevan siete años de diferencia. Esta diferencia hace que no existe la típica rivalidad entre hermanos. Por ejemplo, no compiten por amigos. Pero ambos tienen necesidades diferentes y competían por mi atención.

Qué estaba haciendo

Mi hijo menor tiene problemas de atención. Había días en que no paraba de hablar cuando estaba en preescolar. Pasé mucho tiempo diciéndole que tenía que esperar su turno. Eso interfería cuando quería enfocarme en su hermano que estaba en la escuela media.

Mi hijo mayor tiene dificultades con la función ejecutiva y con el procesamiento sensorial. La información sensorial lo abruma con facilidad y suele frustrarse cuando las cosas no salen como él espera. Esto también fue un obstáculo.

El resultado era que mi esposo y yo teníamos que decidir entre opciones igual de insatisfactorias. Cuando uno de nuestros hijos tiene un evento en la escuela, ¿es peor para él que saliéramos del auditorio con su abrumado (o apabullante) hermano o que solo uno de sus padres estuviera presente en el evento?

Esa no es la manera como quería que fueran las cosas. Pasaba mucho tiempo enojada. No con alguien, sino con las circunstancias que me hacían sentir que no era el tipo de mamá que quería ser. No quería sentirme dividida ni estar tan irritada.

Siempre era más fácil ver lo que estaba haciendo mal que lo que estaba haciendo bien.

Lo que me hubiera gustado saber antes

Un día tuve una revelación. Exploté y le dije a mi hijo pequeño: “¿Por favor, puedes dejar de hablar? ¡Esto tiene que cambiar antes de que asistas al kínder! No puedo seguir explicándoselo a otra maestra”.

Tan pronto lo dije, me avergoncé de mí misma. Me di cuenta de que estaba tan enojada por lo difícil que era la vida, que la había pagado con que este pequeño y maravilloso niño que solo quería hablar conmigo. No hay nada malo con él. Su entusiasmo por la vida es admirable.

Ojalá hubiese sabido antes que estar enojada es agotador y nada productivo. Ese día me entendí que toda la energía que había invertido preocupándome por todo lo que no hacía bien, era energía que podía haber usado en disfrutar lo que hacía bien.

Desde entonces, mi esposo y yo buscamos otras maneras de manejar las necesidades de nuestros hijos. Ahora funcionamos como un equipo la mayor parte del tiempo. Mientras yo ayudaba a mi hijo mayor con su tarea, mi esposo se ocupaba de que el menor no interrumpiera. Encontramos buenas niñeras y pudimos asistir a los eventos escolares sin que ninguno de nuestros hijos se sintiera excluido.

Encontrar nuevas maneras de abordar estas situaciones me ayudó a que viera a mis hijos con otra perspectiva. Mi hijo pequeño sigue siendo muy hablador, pero las cosas que dice son increíbles. Es curioso, original y divertido. El mayor continúa sintiéndose abrumado en situaciones sociales. Sin embargo, cuando estamos en casa dedicamos tiempo a conocernos mejor en lugar de enfocarnos en nuestra sobrecarga sensorial.

Los que tienen más de un hijo saben que satisfacer a todos siempre es un acto de malabarismo. Y usted tiene que aceptar que no siempre es posible, especialmente cuando tiene hijos que piensan y aprenden de manera diferente.

Probablemente todavía estoy haciendo malabares. Pero al menos ahora me enfoco más en las pelotas que están en el aire en lugar de enojarme por las que no pude atajar.

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