Cosas exageradas que he hecho para ayudar a mi hijo con sus dificultades del procesamiento sensorial
Mi hijo tan solo tenía 6 meses de edad cuando nos informaron que tenía dificultades del procesamiento sensorial. Estábamos preocupados por su llanto constante, sus problemas alimenticios y su dificultad para dormir. Sin embargo, fue su retraso con la motricidad gruesa lo que nos llevó a visitar a una terapeuta ocupacional y a un pediatra físico.
Cuando la terapeuta usó el término trastorno del procesamiento sensorial, yo no tenía idea de lo que estaba hablando. Me sentía malhumorada debido a los retrasos en el desarrollo de mi hijo, pero este término poco conocido dio rienda suelta a la mamá osa que llevo dentro. Pasé los siguientes meses (y años) intentándolo todo para satisfacer sus necesidades sensoriales. Eso incluyó varias cosas que algunas personas pensarían que eran excesivas.
De todo lo que intenté, estas son las cinco cosas más exageradas que realicé para ayudar a mi hijo con el procesamiento sensorial.
1. Comprar cada uno de los juguetes usados en su terapia semanal
En el momento en que la terapeuta ocupacional presentaba un juguete sensorial en cada una de las sesiones, yo sacaba mi teléfono y lo compraba en línea. Si había la más ligera posibilidad de que ayudara a mi hijo, yo lo compraba. Punto y final.
Pronto nuestra casa empezó a parecer una combinación entre un gimnasio sensorial y una tienda de juguetes. Fue por eso que mi esposo me prohibió llevar mi teléfono a las sesiones de terapia de mi hijo.
2. Convertir cada salida al parque en una práctica sensorial
¿Qué mejor lugar para trepar, saltar, columpiarse y hacer trabajo pesado que un parque de juegos? Mientras que otras mamás charlaban y permitían que sus hijos corrieran alrededor, yo estaba completamente enfocada en dirigir el juego de mi hijo.
“Cariño, ¡subamos al tobogán” (maravillosa manera de recibir estimulación proprioceptiva).
“Una vez más en la rueda giratoria, pero esta vez en la dirección contraria” (beneficia el sentido vestibular).
“Practiquemos subir y bajar la escalera...¡otra vez!” (útil para la planificación motora).
¡Los paseos al parque no eran para que mi hijo se relajara!
3. Colocar una enorme caja de plástico llena de arena y frijoles en la sala
Mi hijo evidenciaba defensa táctil cuando era un bebé y un infante. Mientras que otros chicos en la clase de arte estaban felices pintando con los dedos, dibujando con crema de afeitar o trabajando con papel maché, él me agarraba con fuerza y lloraba sin parar. Las texturas desconocidas causaban que su sistema nervioso se pusiera en alerta.
En una ocasión durante una sesión su terapeuta usó una caja de plástico llena de arena, frijoles y arroz. Al principio, mi hijo no se acercaba a menos de diez pies de distancia. Lentamente, pero con seguridad, la terapeuta logró reducir su reticencia a jugar con la caja. Yo no había llevado mi teléfono (¡gracias, amor!), pero tan pronto como llegué a casa pedí por Internet una caja de arena.
Unos días más tarde, mi esposo se encontró en medio de la sala una caja enorme llena de arena y frijoles, y a nuestro hijo alejado de ella lo más humanamente posible.
4. Transformar el “momento de la merienda” en “momento táctil” (con yogur)
Otra sugerencia de la terapeuta fue que lo animara a “jugar con comida”.
¿Mi interpretación? Verter yogur en el mantel de mi hijo y alentarlo a que lo comiera con las manos. Cuando me miró como si yo estuviera loca, improvisé y empecé a jugar con sus carritos de Matchbox sobre el yogur. (El truco de los carritos funcionó, y él también lo hizo).
5. Llevar al extremo las necesidad de mi hijo de tener estructura y rutina
Cuando la terapeuta me explicó que los niños con dificultades del procesamiento sensorial funcionan mejor si tienen “estructura y rutina”, me lo tomé en serio. Mi esposo se preguntaba si yo secretamente era un sargento, y le costaba entender por qué estaba programado cada minuto de nuestras vidas.
“No me importa si tu mejor amigo, al que no has visto en tres años, está en la ciudad. No podemos verlo porque nuestro hijo ¡NO DEJARÁ DE HACER SU SIESTA!”.
En esa época, pensaba que todas esas cosas tenían sentido. Sin embargo, al recordarlas entiendo por qué mi esposo pensaba que yo estaba loca. Todos deseamos lo mejor para nuestros hijos, y cuando no se desarrollan como se espera, queremos hacer todo lo necesario para ayudarlos.
Pero en ocasiones “todo lo necesario” tiene más que ver con nosotros que con ellos. Ahora entiendo que muchas de las cosas que hice para ayudar a mi hijo estaban guiadas por mis propios temores. Ser tan extremista fue mi intento de controlar algo que estaba completamente fuera de mi control: la experiencia de mi hijo.
Si yo pudiera aconsejar a la mamá que fui de joven, le diría que se tranquilizara y respirara profundo. Le diría que dejara de estar ansiosa y que confiara en que todo saldría bien. Así es. Y quizá, que compre un puñado de frijoles la próxima vez...
Acerca del autor

Acerca del autor
Cameron Kleimo (MA) es la mamá de dos niños “conectados de manera diferente” que tienen dificultades del procesamiento sensorial.