Tuve una crisis y finalmente entendí lo que es una sobrecarga sensorial

Mis dos hijos tienen y ocasionalmente experimentan crisis sensoriales. Esos episodios causan miedo y son difíciles de manejar, pero entiendo por qué ocurren ya que yo también tengo dificultades del procesamiento sensorial desde pequeña.

Por lo general soy buena usando estrategias para manejar la ansiedad que acompaña a las dificultades sensoriales. Pero hace algunos meses, algo bloqueó mi capacidad de autorregularme y tuve una crisis siendo una adulta.

Permítanme decirles, entender lo que puede provocar una crisis sensorial no es lo mismo que saber lo que se siente tenerla.

Me encontraba trabajando lejos de casa y me caí y me rompí el tobillo. Mis colegas me ayudaron durante todo el trayecto, desde ir en ambulancia al hospital hasta ayudarme en el aeropuerto para regresar a casa.

Pero aún así, me encontraba fuera de mi área de confort y no podía controlar nada de lo que sucedía. Me encontraba en lugares concurridos, ruidosos y muy iluminados que usualmente hubiera evitado, y además sintiendo dolor.

Los médicos tuvieron que inmovilizarme el tobillo con una bota que llegaba hasta la rodilla. La bota tenía barras de metal a ambos lados y una bomba neumática que hacia presión para que mi tobillo estuviera en su lugar. Dejé el hospital con un par de muletas.

Mis dificultades sensoriales incluyen una gran sensibilidad a los espacios apretados. No me gusta sentir la ropa irritando mi piel o que me apriete. También tengo dificultades vestibulares y proprioceptivas. Me da náuseas y me mareo cuando mi equilibrio cambia drásticamente.

Como se pueden imaginar, me sentía atrapada y claustrofóbica con mi bota y las muletas. No solo me dolía el tobillo, sino que la sensación del metal y el velcro que mantenía la bota en su lugar me resultaba insoportable. Andar con las muletas me provocaba náuseas. Y tuve que vivir y trabajar en esas condiciones durante meses.

Llegó un momento que sentí que era demasiado para mí y una noche tuve una crisis sensorial. Mi esposo me preguntó qué quería para cenar después de un día lleno de reuniones y de una cita miserable con el médico. Esa simple pregunta fue el detonante. De repente estaba temblando en mi silla diciendo: “No lo sé, no lo sé. No sé cómo responder a eso. No puedo con esto”.

El pánico me invadió. Sentí que iba a quedar atrapada en ese lugar de extrema confusión y dolor interminable. En segundos había sobrepasado el punto de ser capaz de tranquilizarme. Y no había nada que hacer más que dejarlo pasar.

Ese episodio terminó, pero la sensación de sobrecarga sensorial continuó mientras tuve la escayola y estuve expuesta a sensaciones que no podía tolerar. Periódicamente perdía los estribos, pero no de la misma manera incontrolable.

Es ahí cuando ayuda tener hijos con dificultades sensoriales. Mi esposo reconocía cuando se avecinaba una crisis, y pudo intervenir tomando decisiones como hablar con el doctor acerca de maneras para reducir la estimulación sensorial física de la bota y el dolor. Incluso mis colegas entendieron que necesitaba tomarme un día para reorganizarme.

Esta experiencia también me ayudó a entender algo. Necesitaba ser muy consciente de no minimizar las reacciones de mis hijos ante la estimulación sensorial. Que yo lo escuche, lo vea, lo sienta o lo huela es irrelevante, ellos sí lo experimentan. Necesito escucharlos cuando me dicen que algo es demasiado, porque ahora sé cómo se siente cuando algo es “demasiado”.

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