Por qué estoy dispuesta a hablar de la dislexia de mi hija

Existen muchos apoyos y para los niños que piensan y aprenden de manera diferente. Pero conozco a muchos padres que no piden ayuda. La razón: No quieren que otros sepan que sus hijos tienen una diferencia del aprendizaje.

Yo entiendo esas preocupaciones. Podría haberme sentido de la misma manera cuando supe hace tres años que mi hija tenía dislexia. Ella tenía 6 años en ese momento. Sin embargo, aproximadamente un año antes de eso, pasamos por algo que cambió nuestras vidas y cómo vemos las diferencias.

Nuestra hija tenía aproximadamente 5 años cuando empezamos a darnos cuenta de que se caía a menudo. Estaba caminando, y de repente sus piernas le fallaban sin previo aviso. Después de muchas consultas con médicos y exámenes supimos que tenía una condición muy inusual que paralizaba grandes secciones de los músculos de sus piernas.

Algo se hizo obvio de inmediato: Necesitaba una silla de ruedas.

Fue muy difícil para mí pensar en mi hija como una niña que necesitaba una silla de ruedas, alguien que tenía una “discapacidad física”. Me sentí atemorizada e incómoda.

Pero ella no se sentía de esa manera en lo absoluto. Estaba muy contenta y aliviada cuando recibió su silla de ruedas. Muy pronto comenzó a retar a su hermano mayor a competir en carreras en los aeropuertos y en los centros comerciales.

Lo dejaba atrás y le gritaba por encima del hombro: “¡Ey, apúrate! ¿O es que acaso no puedes seguirle el paso a una niña? jajajá!”.

Justo cuando comenzamos a adaptarnos a la silla de ruedas, nos enteramos de su dislexia. Uno de los primeros recursos a los que me dirigí fue al libro The Dyslexia Empowerment Plan (El plan de empoderamiento de la dislexia). Un libro escrito por Ben Foss, quien tiene dislexia.

Allí me enteré sobre el software de texto-a-voz que permite a la computadora leer libros en voz alta. Foss lo utiliza cada vez que puede porque le permite hacer más en menos tiempo.

Conforme leía el libro, reflexioné sobre nuestra experiencia con la silla de ruedas. Y empecé a entender por qué el autor de este libro le apasionaba tanto el poder de la tecnología.

Por supuesto entendí que un audiolibro era un recurso maravilloso para un niño con dislexia. ¿Qué extraordinario podía ser dejar de esforzarse hasta el cansancio para leer las palabras de una página y ser capaz de escuchar sin hacer esfuerzo?

Todo lo que tenía que hacer era imaginarme a mi hija bajando a toda velocidad en su silla de ruedas roja por una de esas largas rampas en el aeropuerto, gritando “¡YUPIIIIII!”.

Entonces tomé una decisión. Puse de lado mi incomodidad sobre cómo los demás podrían percibir a mi hija. Supe que tener la opción de escuchar libros o dictar ensayos podía ser maravilloso para ella. Superaría con creces cualquier desventaja de revelar a las personas que tenía dislexia.

Nosotros estamos abiertos a hablar sobre su dislexia, y estoy 100% segura de que tomamos la decisión correcta.

Mi hija todavía está aprendiendo cómo decodificar textos escritos. Pero le estamos enseñando a usar la tecnología de audio cuando la necesita. Quizás más importante es que ella no tiene problema en revelar su dislexia a otros niños, aunque no los conozca. Para ella, es tan solo una de las muchas partes que la hacen la persona que es.

El otro día la observaba mientras jugaba un videojuego en línea. Intercambiaba mensajes de texto con otros dos niños.

“Tengo dislexia”, le escribió a un amigo. Y agregó “y también soy una Ninja”.

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