El largo y sinuoso camino para identificar las dificultades de aprendizaje de mi hijo

Cuando mi hijo mayor Lorenzo estaba en preescolar hicimos todas las cosas que se supone debíamos hacer para que estuviera listo para aprender a leer. Le leímos una biblioteca entera de libros infantiles, poemas y revistas. Leíamos en voz alta los anuncios de la calle e incluso los subtítulos en la televisión. Le cantamos muchísimas canciones infantiles y jugamos muchos juegos de rimas.

Incluso utilizamos una habitación aparte como nuestro salón de clases después de la escuela. Pero él seguía teniendo problemas para avanzar en lectura.

Yo tengo una maestría en educación. Mi esposo tiene una maestría en educación y un doctorado en administración educativa. Pero me avergüenza decir que cuando Lorenzo estaba en preescolar, ninguno de los dos entendimos la complejidad de su retraso en lectura.

Como parte de mi capacitación como maestra me dijeron que la lectura es como hablar, que todos los niños pueden aprender a leer si se les enseñan las estrategias correctas. Los maestros solo tienen que usar la estrategia adecuada. Supuse que encontraríamos la estrategia adecuada para Lorenzo…en algún momento.

Cuando mi hijo pasó a kínder, me di cuenta de que su reconocimiento de las letras minúsculas era insconsistente. También tenía problemas con la secuencia numérica. Y su nombre al principio de la página nunca tenía todas las letras escritas correctamente.

A mitad de año fui a hablar con la maestra sobre su progreso, pero ella no estaba demasiado preocupada: “Lorenzo es un niño inteligente. ¡En algún momento se encenderá esa luz!”. La idea de que tuviera una discapacidad del aprendizaje nunca nos cruzó por la mente.

El primer grado fue muy similar al kínder en lo referente a su progreso. Lorenzo no estaba al mismo nivel que sus compañeros, a pesar de que intensificamos nuestros esfuerzos en casa. Probé con la repetición, destacar palabras con diferentes colores, fichas, de todo. Sin embargo, ninguna de las estrategias que me enseñaron en la maestría estaban funcionando con mi hijo.

Intenté tantos juegos diferentes y canciones que hasta la maestra pensó que me estaba volviendo loca. Recuerdo que me decía: “No se preocupe Rachel. Lorenzo se porta bien. Él quiere aprender”.

Ese año calificó para asistir a la escuela de verano basado en las pruebas de lectura del distrito. En esa época, pensé que estar más tiempo en la escuela lo ayudaría a mejorar en lectura. Pero al verlo regresar a casa de la escuela de verano cada vez más derrotado, empecé a pensar que algo más estaba pasando con su aprendizaje. Algo estaba evitando que esa luz se prendiera.

Al final del verano nos mudamos a un nuevo distrito escolar. Lorenzo empezó segundo grado con una maestra experimentada y bien informada, la Srta. Lindsey. Al mes de empezada la escuela me llamó una tarde y me dijo: Rachel, “¿qué está ocurriendo? Sé que usted es una madre comprometida y que practica con él en la casa. Sé que usted le lee. Sé que fue maestra. Pero algo está pasando. Su rendimiento debería ser mejor”.

Le agradecí que reconociera que yo no estaba exagerando su falta de progreso. Pero sus comentarios también confirmaron mi temor: Sí, algo podía andar “mal” con él. Como muchos otros padres, ahora temía que mi hijo pudiera ser estigmatizado con la etiqueta de tener una discapacidad del aprendizaje.

Estaba especialmente preocupada de que mi hijo pudiera ser etiquetado como otro niño negro que necesita educación especial.

La Srta. Lindsey diligentemente documentó sus intervenciones y registró el progreso de Lorenzo. Ella siguió el plan del distrito para la . Después abogó con determinación para que Lorenzo fuera evaluado por el psicólogo escolar.

Mi esposo y yo estábamos muy reacios a que evaluaran a nuestro hijo. Éramos muy conscientes de las estadísticas de los niños negros en “educación especial”. Pero seguimos adelante porque sabíamos que necesitábamos más información para poder ayudar a Lorenzo a progresar en la escuela.

Sus resultados con el psicólogo escolar fueron muy inconsistentes. Algunos puntajes fueron extremadamente bajos. Por ejemplo, en reconocimiento de palabras calificó en el tercer percentil. Pero calificó muy alto en desarrollo de vocabulario y pensamiento crítico. En general, la escuela dijo que sus puntajes no eran lo suficientemente bajos como para calificar para educación especial.

Contacté a una amiga de una amiga que es psicóloga, quien aceptó revisar el perfil de Lorenzo y la información de sus reportes. Observó los números y dijo: “Nunca había visto tal discrepancia, Rachel. Probablemente sea ”.

Esa frase era nueva para mi esposo y para mí. Doblemente excepcional. ¿Cómo es que dos padres especializados en educación no supieran lo que era?

Esas palabras y la revisión de los datos provocaron mi transición a lo que llamo “una madre guerrera e investigadora”. Estaba determinada a encontrar las estrategias y el entorno que permitieran que mi hijo prosperara en la escuela.

Pronto entendí que mi hijo era como muchos otros niños con diferencias en la manera de pensar y aprender “ocultas”. Su pensamiento crítico y sus habilidades para resolver problemas eran tan fuertes que enmascaraban sus deficiencias en otras áreas. Sus deficiencias en lectura, matemáticas y escritura enmascaraban su inteligencia.

Finalmente fue diagnosticado con . Después con y .

Los primeros años de nuestro camino fueron largos y sinuosos, y nos desgastaron emocionalmente. Una vez que pudimos demostrar que Lorenzo necesitaba un IEP basado en la rapidez de su progreso y otros datos, empezó a recibir instrucción estructurada y multisensorial, y empezó a progresar de manera significativa.

Como educadora y como madre he aprendido a apreciar y respetar las destrezas y necesidades doblemente excepcionales de mi hijo. Nuestro proceso nos ha llevado, no solo a abogar por nuestro hijo, sino por otros estudiantes de escuelas públicas que puede que tengan dificultades de aprendizaje similares. Hicimos uso de nuestra experiencia y recursos para crear la academia GRASP, una escuela pública en Jacksonville, Florida, que se enfoca en niños con dislexia. Hoy en día, Lorenzo estudia ahí 8º grado.

Él continúa esforzándose todos los días en clase y en la noche en su tarea escolar. La lectura no es que sea su actividad favorita. Sin embargo, mi hijo ha recuperado esa chispa en los ojos y esa curiosidad natural por aprender. Como su madre guerrera e investigadora, estoy muy orgullosa de lo que ha logrado y espero ser testigo de su brillante futuro.


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