Descubrir mi cualidad de tener don de gentes mientras lucho contra la dislexia y la disgrafía

Cuando tenía cuatro años, mi familia vivía en un vecindario repleto de niños. Y cada tarde, a las 5 en punto, el camión de los helados pasaba por nuestra calle.

Sin embargo, mi madre tenía una regla estricta: No podía comer helado a menos que tuviera puestos mis zapatos y nunca podía encontrarlos. Ellos, junto mis juguetes, siempre se perdían.

Por lo que una tarde organicé a todos los niños del vecindario y al conductor del camión de los helados para que me ayudaran a encontrar mis zapatos. Me aseguré de conseguir mi helado.

Desde entonces, nunca ha sido difícil para mí lograr que la gente trabaje por una causa. Eso es algo bueno, porque necesité mucha ayuda para superar lo que vino después.

Mis dificultades de aprendizaje empezaron a ser evidentes cuando comencé la escuela. No podía decir la hora. No podía diferenciar la izquierda de la derecha. Y lo más importante de todo, no podía leer.

Veía a otros niños aprender todas esas habilidades con bastante facilidad y no podía entender porqué yo estaba teniendo tantos problemas. Yo era una niña sociable y curiosa. Podía conversar con otros niños e incluso adultos. ¿Por qué estaba teniendo problemas?

Obviamente, mis padres también estaban confundidos y frustrados. Nadie podía decirles porqué estaba ocurriendo esto (hasta el día de hoy, nunca he sido formalmente diagnosticada con dificultades de aprendizaje, aunque ahora para mí está claro que tengo dislexia y disgrafía).

Mis padres puede que no hayan entendido porqué tenía dificultades, pero nunca se dieron por vencidos. Aún recuerdo a mi padre, un artista e ingeniero, ayudándome a hacer un proyecto sobre Egipto cuando yo no podía hacer el reporte de un libro. Mi madre, una maestra, me leía todo en voz alta. Ella me ayudó a descubrir que yo tenía la habilidad de recordar casi todo lo que escuchaba.

Al llegar a quinto grado, había aprendido a leer de memoria. Pero todavía tenía problemas para escribir. Mis oraciones eran interminables, mis ideas confusas, mi gramática incorrecta y mi escritura ilegible. A lo largo de la escuela necesité ayuda con todas las tareas por escrito.

Afortunadamente, no era penosa. Pedía ayuda a mis maestros, los adultos e, incluso, a mis compañeros de clase cuando la necesitaba. Instintivamente me rodeaba de los niños más inteligentes de la clase. Aprendí a comunicarme con los otros y continué esforzándome tanto como pude.

A pesar de haber obtenido el puntaje más bajo de mi clase en el SAT, fui aceptada en una universidad competitiva.

Terminé estudiando para ser maestra e hice un postgrado. Y en 1973 comencé como maestra en The Churchill School en la ciudad de Nueva York. Esta escuela había sido fundada sólo un año antes para educar estudiantes con discapacidades del aprendizaje basadas en el lenguaje.

Trabajé en The Churchill School durante 35 años, llegando a ser la directora de la escuela, puesto que mantuve durante dos décadas. La escuela comenzó con 40 estudiantes en un edificio diminuto. Pero creció hasta tener más de 400 estudiantes, desde kínder hasta el grado 12 en una escuela de más de 80.000 pies cuadrados.

¿Cómo lo logramos? Fuimos capaces de que la gente creyera en nosotros. Y la escuela se convirtió en una de las escuelas líderes para chicos con dificultades de aprendizaje.

A lo largo de mi trabajo en The Churchill School, me di cuenta por completo de mis cualidades, organizar y movilizar personas en torno a una causa.

Yo tengo don de gentes. Puedo dirigir a un equipo. Soy buena para lograr consensos. Sé cómo sacar a relucir lo mejor de las personas y ayudarlas a encontrar sus pasiones. También puedo ver todo el panorama, el lugar dónde queremos llegar. Soy una emprendedora. Puedo ayudar a que logremos nuestras metas.

Lo cierto es que nunca podré leer o escribir de manera fluida y sin esfuerzo como otros lo hacen. Pero para mí, las habilidades que tengo son igual de valiosas.

Cuando yo tenía cuatro años, gracias a mi don de gentes conseguí el helado que yo quería. Y cuando me convertí en una adulta, esas mismas habilidades me condujeron a una profesión, a mi vida laboral y a ser quien soy ahora.

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