El día que la bondad brilló a través de los desafíos de las habilidades sociales de mi hijo

Cuando mi primer hijo tenía casi dos años, empezamos a notar que no seguía “el plan”.

¿De qué plan estoy hablando? Del que se habla en todos los libros de crianza y desarrollo infantil que había comprado cuando estaba embarazada.

Él no hizo balbuceos tontos o trompetillas a los seis meses de edad. A los dos años no había dicho nunca “papá” o “mamá” o ninguna otra palabra. A los tres años, aún no podía agarrar un marcador grueso o atrapar una pelota grande y roja, ni siquiera arrojándosela con suavidad. Y de acuerdo con sus maestras de preescolar, no jugaba con los otros niños.

Para ayudar a mi hijo, empezamos a llevarlo a terapia del habla y del lenguaje, terapia ocupacional y física. Esto tomaba mucho tiempo. Tuve que dejar mi empleo para poder llevarlo adonde fuera necesario, cinco días a la semana.

Sorprendentemente, hacia el final del preescolar, sus habilidades de lenguaje habían mejorado tanto que nadie podía creer que había empezado a “hablar tarde”. También progresó enormemente en otras áreas, excepto en una: las habilidades sociales.

Yo misma lo podía notar cuando lo recogía del preescolar. Llegaba varios minutos antes para poder verlo a través de la ventana, sin que él me viera.

Mientras observaba, veía a los otros niños jugar en pequeños grupos de dos o tres niños, agarrándose de las manos, cantando o construyendo cosas. Mi hijo, por otro lado, se encontraba acurrucado solo en el “rincón de lectura”, con su rostro dentro del libro. (Oh, sí, esa era otra área donde él no seguía el plan. Había aprendido cómo leer por sí solo y, a los cuatro años, leía capítulos de libros).

Pero yo seguía preocupada. Si no quería jugar con otros niños, ¿cómo aprendería a compartir y tomar turnos, o a comprender lo que otros estaban pensando y sentían? ¿Aprendería cómo hacer amigos? ¿A ser amable?

Después me di cuenta de algo. Aunque otros niños necesitaban que otros les enseñaran, paso a paso, cómo leer palabras, mi hijo no. Él lo averiguaba por sí mismo. Lo que necesitaba era que alguien le enseñara a leer a las personas. Decidimos que la manera más sencilla de hacerlo sería desarrollarlo a través de lo que le era más fácil: el lenguaje.

Empezamos a poner en palabras todo lo que veíamos, sentíamos o pensábamos, o lo que queríamos que él entendiera. Y aunque muy lentamente, al llegar a la escuela media, nos empezamos a dar cuenta de que empezaba a “comprenderlo”.

Entonces, este pasado fin de semana, algo ocurrió que me hizo darme cuenta de qué tanto había avanzado.

Fue el día del festival de carnaval de primavera de la escuela para niños de todas las edades. Mi hijo era voluntario para recoger los boletos para el inflable. Cuando llegó el momento de partir, una de las maestras se me acercó y me dijo, “su hijo acaba de hacer algo muy gentil”.

Me dijo que un niño más pequeño con una discapacidad física había querido entrar al inflable. Sin que se le pidiera, dijo el maestro, mi hijo ayudó al niño a entrar. Entonces, mi hijo tomó ambas manos del otro niño y se pusieron a brincar juntos. Saltaron juntos hasta que estaban tan agotados que no podían continuar. “Eso me hizo llorar”, me dijo la maestra.

Y entonces, yo empecé a llorar.

En algún momento mi hijo había aprendido, no solo las habilidades sociales, sino a darse cuenta cuando alguien necesita ayuda, incluso si no se le solicita. Él había aprendido la gentileza. Tan solo necesitaba un poco de ayuda adicional y la libertad para seguir su propio plan, no el que viene indicado en los libros.

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