“Estoy cansado de tener TDAH”: La sorpresiva confesión de mi hijo

Cuando mi hijo fue diagnosticado con TDAH a los 6 años, casi que me sentí aliviada. Confirmó lo que mi esposo y yo habíamos sospechado todo el tiempo, y nos condujo finalmente a abordar el problema.

Mi hijo tuvo la reacción contraria cuando se lo dije. Se puso a llorar y gritó: “¡No quiero eso! ¡No quiero eso!”. Me partió el corazón.

Pero esa fue la primera y última vez que él expresó sus sentimientos acerca de tener TDAH durante su infancia. Prontamente comenzó a tomar medicamentos y eso lo ayudó. Sin embargo, seguía teniendo problemas causados por el TDAH. Le fue difícil enfocarse en los deberes escolares y manejar las situaciones sociales a lo largo de sus años en la escuela e incluso en la universidad.

Aún así, mi hijo siempre fue un chico persistente y resiliente. Con las cosas que en realidad le importaban, como practicar deporte y trabajar después de la escuela, lo intentaba una y otra vez, incluso a riesgo de fallar.

Se esforzó en forjar amistades estrechas, aunque se sintiera inseguro al respecto. En el bachillerato, encontró un empleo a medio tiempo en una concurrida cafetería que requería tomar los pedidos de los clientes con rapidez, algo que no es fácil para alguien que tiene dificultades con la memoria funcional.

Después de una semana en el empleo, confundió una de las órdenes. Cuando el jefe le preguntó por qué de repente parecía olvidar los pasos a seguir, mi hijo le contó la verdad. Le dijo que tenía TDAH y que había olvidado tomar su medicamento. El jefe lo miró y le dijo: “Bueno, a partir de ahora no olvides tomarlo”.

Cuando esa noche escuché su historia, mi respuesta instintiva probablemente no fue la mejor. “¿Le dijiste eso a tu nuevo jefe?”. Pero un minuto después pensé lo maravilloso que era que mi hijo no ocultara sus dificultades ni evitara asumir la responsabilidad por haber causado un problema. Él asumió su error y siguió adelante.

Parecía que había decidido que el TDAH era solo un factor en su vida y no permitiría que se interpusiera en su camino. Bien por él, pensé.

Así que me tomó por sorpresa cuando a los 21 años ocurrió algo que nos regresó 15 años atrás a la noche en que descubrió que sus dificultades tenían un nombre.

Él asistía a un colegio universitario, obtenía calificaciones regulares y se esforzaba por determinar qué dirección seguir. Aún seguía conservando su empleo de medio tiempo que adoraba y a un grupo de amigos cercanos. Sin embargo, no podía encontrar un rumbo profesional que le interesara.

Una noche empezó a hablar de lo que estaba ocurriendo en su vida. Él y su novia habían decidido darse un descanso de su relación. Había demasiada turbulencia emocional y él se sentía agotado. Afectaba sus calificaciones y sentía que estaba menos concentrado en su trabajo.

Yo le recordé que el TDAH puede dificultar el manejo de las emociones y facilita que tomen el control. Le dije lo maravilloso que era que tuviera la autoconsciencia para ver los problemas que estaba creando.

Unos cuantos segundos pasaron antes de que respondiera tranquilamente a lo que parecía una confesión: “Estoy cansado de tener TDAH. Creí que a esta edad ya habría desaparecido”.

Esta vez no estaba desconsolada, aunque sí me sentí triste por un minuto. Me di cuenta de que lo que acababa de decir era una expresión de autoconsciencia más adulta. Demostró lo resiliente que realmente es al darse cuenta de que el TDAH no desaparece. No quería dejar que sus dificultades se interpusieran en su camino, así que no lo permitió.

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