Cómo las dificultades de procesamiento sensorial de mi hijo me ayudaron a entenderme mejor

De joven era una chica peculiar.

Cuando la moda era usar ropa de pana, faldas de lana con pliegues, cuellos de tortuga y medias de punto trenzado, yo siempre estaba fuera de moda usando jeans desgastados y una camiseta.

Los cuellos de tortuga me hacían sentir como si me estuvieran estrangulando. La pana hacía un sonido insoportable cuando me movía (¿nadie más escuchaba eso?). Mis medias siempre estaban fruncidas y la costura de los dedos me lastimaba.

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Tragaba garbanzos como si fueran pastillas porque no podía soportar la textura de los garbanzos masticados.

Cuando todos ponían talco de bebé en sus zapatos para que olieran bien, yo ni siquiera podía soportar tocarlo.

Esas rarezas continuaron al crecer hasta que me convertí en una adulta “sensible”.

Tener hijos con desafíos sensoriales

Cuando nació mi segundo hijo, era lo que las personas llaman un bebé quisquilloso. Las texturas lo molestaban. Los sonidos inesperados lo irritaban. Al crecer y convertirse en un niño, solo comía cuatro alimentos. Todo lo demás lo escupía o lo rechazaba.

Finalmente supimos que tenía dificultades del procesamiento sensorial, al igual que su hermano menor.

Las diferencias en la manera de pensar y aprender son hereditarias. Así que una vez que supe que mis hijos tenían dificultades del procesamiento sensorial, empecé a pensar que quizá yo era más que una chica quisquillosa y una adulta sensible.

Sigo teniendo dificultad con algunas texturas, tanto texturas de ropa como de comida. Me abruman las multitudes y me dan claustrofobia los elevadores. En las ciudades grandes a menudo llego al punto de sentirme tan saturada que necesito terminar el día mientras que los demás salen a cenar y divertirse.

Durante años intenté ocultárselo a los demás. Intenté integrarme y pasar desapercibida. Sin embargo, al mismo tiempo estaba implementando para mis hijos e intentando educar a otras personas respecto a sus dificultades sensoriales. La irónico era que no me eran ajenas.

Así que un día que estaba haciendo una charla en video para Understood sobre las dificultades del procesamiento sensorial, dije algo que nunca antes había dicho.

Revelar mis desafíos

"Yo misma tengo algunas dificultades sensoriales”, revelé después de hacer una pausa. “Tenerlas me facilita entender lo que mis hijos están experimentando”.

Justo después de decirlo, los pensamientos se agolparon en mi cabeza. Me preocupaba que revelar mis dificultades causara una pérdida de credibilidad ante mis colegas y los padres que me estaban escuchando. Pero eso no ocurrió.

Mis compañeros de trabajo me trataron de la misma manera. No siempre entienden por qué necesito retirarme de una reunión o evento durante unos minutos. Pero me respetan lo suficiente como para darme el espacio y el tiempo que necesito para recuperarme.

Lo más importante es que una vez que hablé abiertamente acerca de mis dificultades, me di cuenta que finalmente internalicé mi propio mensaje, el mismo que me esfuerzo en impartir a mis hijos.

Quizá sea quisquillosa, pero hay un motivo. Tengo dificultades del procesamiento sensorial. No es gran cosa. Tengo que encontrar maneras de manejar mis dificultades y aprender a decir que me siento abrumada cuando eso sucede. Y ya no me escondo tratando de pasar desapercibida. Ese es un mensaje que sé que mis hijos aprecian.

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