Lo que mi hija me ha enseñado sobre la resiliencia

El año pasado me pareció una década.

Pasamos de planificar la fiesta por el sexto cumpleaños de mi hija mayor, con juegos y piñata incluidos, a que el mundo entero estuviera clausurado.

Vivíamos en un suburbio de Houston cuando empezó la pandemia, y todo el sistema escolar estaban en vacaciones de primavera. Sin tiempo para prepararse, los distritos iniciaron sus planes escolares virtuales para el resto del año.  

Mi hija Zoe tiene autismo y he notado algunas señales tempranas de TDAH y de ansiedad. A ella le va bien teniendo una estructura y una rutina. El aprendizaje virtual casi no tenía nada de eso.

Así que instalamos una estación de aprendizaje en nuestro comedor y elaboré un horario. La mayor parte del trabajo de Zoe era a su propio ritmo, lo que fue de gran ayuda.

Mi esposo trabajaba fuera de casa y yo sola tenía que hacer malabares con la escuela virtual, mi trabajo y el cuidado de una bebé.

Confiábamos en que para agosto habría algún tipo de plan para regresar al aprendizaje en persona.

 No había tal plan.

El primer grado llegó como un tren a toda marcha. Había un horario nuevo y un enlace a Zoom. La cámara tenía que estar encendida todo el día. Y Zoe tenía que hacer malabarismos para hacer frente a todos estos cambios, conmigo trabajando y cuidando a su hermanita.

A Zoe le encanta la escuela y aprender. ¿Pero así? Esta nueva normalidad estaba empezando a abrumarla y a manifestarse en su comportamiento. Había más lágrimas y más crisis de las que habíamos experimentado con anterioridad.

Pero incluso en esos días terribles, en los que ella quería hacer lo que fuera menos los deberes escolares, Zoe seguía presentándose. Todas las mañanas, cuando sonaba el despertador, sus dos pequeños pies tocaban el piso y ella estaba lista para afrontar lo que se le presentara. Para mí, eso es valor.

Continuar haciendo lo que se necesita hacer, especialmente cuando es difícil, es un acto de resiliencia. Eso fue lo que me enseñó mi hija de seis años. Me mostró que incluso cuando las cosas parecen imposibles, sigue existiendo una razón para seguir adelante.

En diciembre nos mudamos a Maryland. La mudanza significó una nueva escuela para Zoe. Así que, por segunda vez en este año escolar, Zoe comenzaba la escuela frente a una pantalla.

Pero algo ha cambiado, y la diferencia en Zoe ha sido como de la noche al día.

Ella ha vuelto a adorar la escuela. Está participando en clases y sus crisis están más bajo control. Trabajamos juntas para calmarnos cuando es necesario.

Zoe me ha enseñado lo importante que es la resiliencia. Ahora, todas las mañanas pongo mis pies en el piso y prometo que, sin importar lo que el día nos depare, me presentaré y me haré cargo de mis asuntos.

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