Por qué dejé de decir a mi hijo “que tengas un buen día”

“¡Que tengas un buen día en la escuela!”.

Es algo que casi todos los padres dicen (a menudo con excesivo entusiasmo) cuando sus hijos salen de casa para ir a la escuela. Yo también solía decirlo a mi hijo mayor cuando estaba en primaria.

De hecho, acostumbraba decirle cosas como: “¡Que tengas un día maravilloso!”. “¡Que te diviertas!”.

Esto fue antes de que tuviera un , antes de que identificaran que tenía autismo y antes de que entendiéramos que era “doblemente excepcional”. En esa época, él estaba teniendo dificultades en la escuela, así como problemas de conducta y de socialización.

A medida que recibía más llamadas de sus maestros, empecé a decir cosas como: “¡Que hoy tengas un mejor día!”. “¿Tuviste un buen día hoy?”.

Sin embargo, cada vez que abría la boca y decía una de esas cosas, veía a mi hijo encorvarse. Veía sus ojos humedecerse de lágrimas y su mentón temblar mientras movía su cabeza diciendo, “no”.

No había sido un mejor día. No había tenido un buen día. No había sido divertido que un maestro que no entendía que se esforzaba en hacerlo lo mejor que podía lo señalara frente a sus compañeros.

Y no, él no podía satisfacer mis expectativas. Expectativas que yo no me daba cuenta expresaba cada vez que él dejaba la seguridad de nuestro hogar y se iba a enfrentar lo que él sentía que era un mundo grande y malvado de “personas que no me entienden, mamá”.

Un sábado fuimos juntos al cine. No recuerdo qué película era o de qué trataba. Pero estoy segura de que era una película sensiblera en la que los padres siempre hacen todo bien, el tipo de película donde los niños son siempre perfectos.

Lo que sí recuerdo es la cara de mi hijo cuando la mamá en la película le dice a su hijo: “¡Que tengas un día!”.

Sus ojos se agrandaron y sonrió. En esa época era un niño tan ansioso y deprimido que era sorprendente verlo sonreír.

“Mamá”, dijo. “¡Mamá! Eso es lo que tú deberías decirme”.

“¿Que tengas un día?” pregunté. “Eso no tiene mucho sentido”.

“Sí lo tiene”, me respondió.

Después me explicó la razón. No fue capaz de expresarlo elocuentemente, pero el asunto era que no había presión en esas palabras. Significaban que algunos días van a ser buenos, otros días van a ser malos y hay días que simplemente van a ser.

Significan, “sé que estás dando lo mejor de ti” y “te acepto por lo que eres, y no te culpo cuando las cosas son demasiado abrumadoras y no puedes manejarlas”. Significan, “ten el día que vayas a tener que juntos saldremos adelante”.

Significan, “te amo incondicionalmente”.

Así que empecé a decirle, “que tengas un día”. Eran todas esas cosas de forma resumida. Mi hijo empezó a confiar nuevamente en que yo lo apoyaría y haría todo lo posible para mostrarle empatía y comprensión.

Esto sucedió hace más de la mitrad de su vida. Después de todos esos años, él está en un lugar mucho mejor. Tuvo el apoyo y los servicios que necesitaba para progresar en la escuela. Aprendió a expresar sus necesidades y defender sus derechos frente a sus maestros, y yo he aprendido a dejar que lo haga.

Ya no necesita que le diga “que tengas un día” por las mismas razones que antes. Ahora nos lo decimos el uno al otro como un reconocimiento burlón de la época en la que las cosas fueron más difíciles para él. No obstante, cuando empezó la escuela su hermano pequeño, quien también piensa y aprende de manera diferente, él me lo recordó.

“No le digas que tenga un buen día, mamá. Dile que tenga un día”.


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