Dolor emocional extremo: Cómo siento la disforia sensible al rechazo

“Parece no molestarse cuando otros niños se burlan de él”.

Me quedé literalmente muda cuando la trabajadora social de la escuela dijo esto de mi hijo de 8 años de edad, quien tiene TDAH y autismo. Todo le molesta y además lo demuestra.

Cuando mi hijo se siente molesto o herido por algo que él cree que los demás piensan que “no es importante”, aprieta sus labios para que no tiemblen y parpadea muy rápido.

Supongo que si usted no lo conoce bien no se daría cuenta porque es muy sutil. Al principio, inclusive personas que lo conocen bien, como mi esposo, no lo notaban.

Yo siempre me di cuenta. Nunca me pasó desapercibido porque yo lo manifiesto de forma parecida. Y lo que es mucho más importante, conozco el sentimiento que lo produce.

Es saber que estás reaccionando de forma exagerada a algo insignificante, y también sentirlo con tanta intensidad que duele. He escuchado a algunas personas llamarlo “quemadura emocional”. La idea es que así como con una quemadura solar, la más leve palmada en el hombro puede ser tremendamente dolorosa.

Este dolor emocional extremo altera completamente la capacidad de autorregulación. Provoca un cortocircuito en la capacidad de producir una respuesta emocional típica. Por eso la respuesta de mi hijo es sutil. Se paraliza.

En términos técnicos, algunos investigadores se refieren a esto como disforia sensible al rechazo (RSD, por sus siglas en inglés). Es muy común en las personas con TDAH y dificultades del procesamiento sensorial, y mi hijo tiene ambas. Yo también tengo dificultades del procesamiento sensorial.

Las personas que tienen disforia sensible al rechazo se molestan mucho cuando hay un conflicto o cuando piensan que han sido rechazadas. Así como las dificultades del procesamiento sensorial y el TDAH pueden provocar una sobrecarga sensorial, la disforia sensible al rechazo también puede causar una sobrecarga emocional.

Es por eso que entro en pánico cuando alguien me dice: “¿Puedo hablar contigo luego?” o cuando programan una reunión sin decirme cuál es el motivo. Siempre me preocupa que tengan algo malo que decirme o que estén descontentos conmigo.

Cuando escribo algo en línea, me obsesiono o me preocupa lo que alguien pudiera pensar de mí, aún cuando racionalmente sé que no me conocen ni tampoco saben cuáles son las circunstancias específicas de mi vida. (Así que le agradezco que sea amable al escribir sus comentarios sobre este blog: Me estoy quedando sin protector solar emocional).

No me gusta cuando las personas me dicen: “Sus hijos son muy afortunados de tenerla como mamá porque usted sabe cómo ayudarlos”. Está al mismo nivel de mis 10 frases favoritas junto con: “Lo que no te mata te hace más fuerte”. Aunque puede que sean ciertas, no me hacen sentir mejor.

Como madre que piensa y aprende de manera diferente, veo cosas en mis hijos que sé que han heredado de mí y que hubiera querido fervientemente que no fuera así. La disforia sensible al rechazo es una de ellas. Es duro ver a mi hijo sentir las cosas tan intensamente como yo.

Eso es lo que es tan frustrante de esa frase. Me siento culpable. Me siento responsable. Supongo que es eso precisamente: Que siento. Lo siento todo y no hay un remedio rápido para esa respuesta emocional tan intensa.

En todo caso, es verdad. Sí sé cómo ayudarlo.

Saber que hay cosas pequeñas que pueden herir me ha ayudado a averiguar por qué mi hijo reacciona a cosas que nadie más considera importantes. Cosas que otras personas ni siquiera notan.

Con frecuencia sé por qué mi hijo está molesto, aun cuando mi esposo no lo perciba.

Nunca podré evitar que mi hijo experimente ese dolor emocional. Sin embargo, puedo enseñarle a encontrar y crear espacios dentro de él donde se sienta protegido. Puedo aplicar mi mejor dosis de empatía para ayudar a aliviar su dolor.

Y puedo mostrar a la trabajadora social de la escuela cómo cambia su semblante, y que lo reconozca y diga: “¡Ah sí, lo he visto hacer eso! No tenía idea de lo que significaba”.


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